lunes, 31 de marzo de 2014

de HUERTOS URBANOS


Yo, soy de pueblo, y muy orgullosa por ello, de un pueblo gaditano. Mi inicio en la agricultura se lo debo a mi abuelo Fermín, en cuyo huerto crecí.
Recuerdo cómo le acompañaba mientras revisaba las habas, los pimientos, cómo limpiaba de malas hierbas, escarbando aquí, tutorando allá, y cómo siempre le pedía un tomate, que cortaba directamente de la mata, lo abría por la mitad y cada uno se tomaba su parte. Eso que para mí era normal, ahora lo veo un lujo, y me siento dichosa de haber vivido aquello.
Mi abuelo me fue transmitiendo con sus enormes manos, qué significa trabajar la tierra, y por supuesto, que las verduras no salen de la nevera. Como muchos niños de ciudad creen, o ni se plantean.
Ahora que vivo en Madrid, he buscado esa inercia de lo verde, lo busco en cada parte de mi vida, en mi alimentación, en mi profesión, y ya son varias experiencias exitosas de huertos que, aunque parezca increíble, he vivido en lo más profundo de la ciudad.

Y es que Madrid ya cuenta con más de 30 huertos urbanos, dirigidos en la mayoría de los casos por asociaciones vecinales, sin ánimo de lucro y para el autoconsumo. Pero además, el huerto, se convierte no sólo en una experiencia campestre en medio del asfalto, sino en un lugar de encuentros, interrelaciones, comunicación,… se convierte en pequeña plaza más del barrio, y eso, me encanta. 
En Madrid, es ahora un fenómeno: “el huerto urbano”, y el Ayuntamiento, en vez de darle la espalda, o desmantelarlo, se plantea absorberlo como paisaje de la ciudad. A parte de las querencias políticas, que siempre hay detrás de cada actuación, me quedo con lo positivo, y ojalá llegue a buen puerto esta iniciativa que ya está sobre la mesa, después de meses de conversaciones y negociaciones con asociaciones de vecinos y la propia Red de Huertos de Madrid, parece que sale con buenas intenciones.
En estos días, en los que colaboro con un nuevo huerto urbano, La Huerta de Tetuán, hemos tenido experiencias muy bonitas, y cada vez son más personas las que se acercan a conocernos. 
De las experiencias últimamente vividas, la que más me ha llegado ha sido la de recolectar lechugas con los niños, ver qué carita ponen cuando la sacan de la tierra, ellos mismos la lavan, y preparamos una gran ensalada. Y sin cambiar la cara de asombro, se ponen a comerla directamente, disfrutan, sonríen y siguen comiendo, admirados de todo el proceso en el que han participado, sin intermediarios, sin política, sin nevera, sin ayuda. (Algunos ni siquiera habían comido una lechuga antes). 

La gran proeza de la naturaleza, que a veces se pierde en el camino, la vivimos ahora en el asfalto de Madrid.

No hay comentarios:

Publicar un comentario